viernes, 13 de marzo de 2009

José María Aznar y el Estado de Derecho


El Estado de Derecho (el Rechtsstaat de los alemanes o Rule of law de los anglosajones) es la grandeza de un país, ya que toda la acción social y estatal encuentra sustento en la norma, logrando que el Estado, con sus órganos de gobierno, encuentre un equilibrio de respeto, lealtad, libertad y confianza con los ciudadanos. Así lo entendieron, acertadamente, Locke y Montesquieu cuando antañazo acuñaron la doctrina de la “división de poderes” por la que el ejercicio del poder se debía atribuir a más de una institución. Así, la libertad es lo más importante y cada poder – legislativo, ejecutivo y judicial - hace sus deberes de manera independiente.
No son, pues, los símbolos de un país (banderas, himnos y demás) los que generan representación de la autenticidad de ese país sino la lealtad de los órganos de poder – esencia aglutinante de la organización política - hacia con su Estado de Derecho.
En tal sentido, se hace imprescindible que exista una relación de confianza, inspirada en principios<>, entre el Estado y todos los que lo conformamos que va más allá de las técnicas organizativas concretas que se detallan en la Constitución y que se resume en la fidelidad de las partes a aquellos compromisos básicos que sirven de soporte a las relaciones entre los diversos componentes del Estado.
Cuando un político tiene que adoptar decisiones, ha de ser leal con la comunidad de valores vividos y actualizados, de ahí deriva su legitimidad, ya que así está integrado con el Estado, adquiere <>, convirtiéndose la misma en una de las claves del Estado de Derecho, al margen de banderas que pueden no representar absolutamente nada.
El ex presidente del Gobierno, José María Alfredo Aznar López, cuando lo del 11-M dinamitó esa lealtad tan requerida por el Estado de Derecho de nuestro país, ya que sobre el origen del cruel atentado o no sabía nada en las primeras horas y subsiguientes y así se tendría que haber dirigido a la comunidad (manejando incluso hipotéticas pero diversas fuentes en cuanto a la autoría (ETA, terrorismo islámico, etc.) o conocía de verdad al autor y calló por premeditados intereses partidistas de cara a las inminentes elecciones de 2004 o, maledicientemente, aún peor, confundió a las ciudadanos en un intento de hacer creer que la autoría era exclusivamente de ETA. De una u otra forma, la mentira se identificó y se instaló en el político que gobernaba y cuyo Estado de Derecho, el suyo, que es el de nuestra colectividad, le exigía la verdad.
Antes, el mismo presidente, se desmarcaba de su Estado de Derecho e incorporaba a nuestro país a una guerra, la de Irak, sin legalidad alguna, premeditadamente (conocedor del rechazo de la población, incluso de algunos políticos con criterio de su entorno) y con fuego enemigo sobre el Estado. Mintió con el descaro de la legalidad internacional, resquebrajando la lealtad y confianza que son las bisagras que sirven para que los poderes del Estado siempre encuentren su equilibrio, que es la libertad de todos. Perdió no sólo la credibilidad sino lo que es más importante, la <>.
Aflorada la mentira, descubierto el mentiroso, sólo le resta meditar y corregir su pensamiento y su lenguaje, interiorizar el Estado de Derecho, retirarse definitivamente, pues, como escribiera George Orwell:”el pensamiento corrompe el lenguaje y el lenguaje también puede corromper el pensamiento.”.

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