sábado, 7 de marzo de 2009

Carta de Navidad a Tony Blair

Tony Blair, ex primer ministro británico, dice que tiene una profunda fe religiosa. Que se lo digan a las familias de Irak.
El ex líder laborista, que se pasea ahora (diciembre de 2007) por las iglesias de Londres con un libro de cantos y que va a todas partes con una Biblia, que es lo último que lee antes de dormir, debiera, si verdaderamente fuera una persona de mínima decencia hacia la ética universal de los hombres, sepultar su fe en los desconocidos confines del Cosmos, volver a Bagdad, llorar desconsoladamente y, con la humildad de los grandes hombres, pedir perdón por los crímenes que ha podido propiciar contra un pueblo. Luego, debiera ir a Roma, atraído por el <>, subirse a uno de los autobuses turísticos <>, personarse en la empresa Santa Sede y, previa cita con su presidente, decirle a Benedicto XVI: “Vi el mundo con la fe religiosa cuando con Bush y Aznar decidí agredir a Irak, sabiendo que no existía causa justa ni legítima que justificara tal acción. He regresado al país invadido y me he encontrado con la esencia de la muerte y el dolor. He visto una infancia mutilada y la viva imagen del horror. He llorado y con la amargura que desgarra, he podido sentir la atrocidad y el verdadero valor universal del hombre. Se me ha caído la venda de la fe, la misma, que, hasta ahora, servía para justificar todas mis acciones, como sé que a ti te pasa. Así, he podido arrojar esa fe tan personal a la oscuridad de la noche de los tiempos. Ahora, sin falsedad alguna, sé quien soy”.
El presidente parecía no inmutarse, su “fe” era espesa como la niebla antigua de Londres. Le abraza compasivamente y, dando media vuelta, vuelve a adentrarse por los orondos pasillos vaticanos. Luego, en sus misteriosas soledades, terminaría por redactar su Carta Encíclica Spe Salvi sobre la esperanza cristiana. Él sabe bien que su empresa es sólida en lo material y que afronta un presente nada fatigoso. Las cosas de la fe, se las deja al pobre Tony Blair

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